Hay muchas formas de violencia que excluimos de nuestra noción de crimen porque afectan a los niños, por ejemplo las agresiones entre hermanos o entre iguales. No solemos considerar estas agresiones como crímenes, ni siquiera creemos que sean demasiado traumáticas. El National Family Violence Survey estimó que, anualmente, la mitad de todos los niños de Estados Unidos padecían serias agresiones a manos de sus hermanos. Otro estudio realizado por Finkelhor y Dziuba-Leatherman (1994), puso de manifiesto que uno de cada cinco niños, de una muestra de 2000, había sido agredido por un igual. Gran parte de estas agresiones se pasan por alto al considerarlas cosas de hermanos/niños.

          La violencia entre iguales tiene lugar todos los días en las escuelas (incluso dentro del propio hogar entre iguales). Unas veces sin reacción alguna, otras, con la intervención de los adultos, que actúan para interrumpir la pelea y, quizás, dar una reprimenda a los agresores. No hay motivo alguno para pensar que las víctimas infantiles de estas agresiones padecen menos humillaciones, heridas, violaciones o traumas psicológicos que los adultos. De hecho, hay motivos para pensar que la afectación es aún mayor.

          El fenómeno del bullying escolar, reiteradas acciones negativas dirigidas a un niño en concreto por parte de uno o más estudiantes, no se puede entender completamente si no tenemos en consideración el contexto. Aunque esto no significa que no exista un clara responsabilidad moral en el agresor, no deben ignorarse las características personales de la víctima y su sufrimiento.

          En el ámbito escolar hay que asumir que la agresividad injustificada y prolongada en el tiempo que hace que un niño o niña se convierta en una víctima de otro o de un grupo, debería ser entendida como un fenómeno grupal para comprender la complejidad del problema. Además, sufrir bullying en la época escolar o preescolar, hace que sea para las personas implicadas, una etapa muy dura cuyo efecto más a largo plazo podría ser grave tanto desde el punto de vista psicológico como social. Incluso es una desgracia para los agresores, quienes acaban asumiendo dicho papel como agresores, lo que eleva de forma considerable su riesgo de incurrir en el futuro en conductas antisociales.

          Por otro lado, las peleas y disputas suelen ser frecuentes entre hermanos, y una de las principales tareas de los padres es mediar entre ellos. En general, se suele pensar que tener hermanos es un recurso que contribuye al desarrollo del niño. Las interacciones positivas, las disputas y los conflictos con un hermano/a, proporcionan un contexto natural en el que los niños pueden aprender técnicas de mediación, respeto hacia los demás, empatía y cuidado. Pero las relaciones entre hermanos también pueden afectar negativamente al desarrollo de los niños. Sobre todo los niños más pequeños que tienen hermanos mayores corren un considerable riesgo de desarrollar problemas de conducta, en el colegio y con sus compañeros. Es decir, sufrir violencia y agresión entre hermanos, puede hacer que los más pequeños interioricen dichos modeles y los transfieran a otros contextos. Además, los conflictos destructivos entre hermanos generan ansiedad, depresión, agresividad y conductas antisociales.

          La violencia entre iguales tiene importantes efectos en la niñez e influye sobre la salud mental. Los menores implicados en este tipo de situaciones, tiene tasas de depresión y de síntomas postraumáticos (pesadillas, escenas retrospectivas, hiperarousal…) considerablemente más altas que la de los menores no implicados.

          Los menores que sufren o se ven implicados en la violencia entre iguales, pueden llegar a sufrir victimización: experiencia vital negativa que está al margen de otros factores estresantes, que se define como el daño que a un individuo le causan otros seres humanos cuyo comportamiento viola las reglas sociales. Lo que supone un potencial impacto traumático. Son situaciones de violencia cuyas víctimas terminan por desarrollar un desorden de estrés postraumático.

          Todo esto, hace que se vean afectadas las relaciones sociales con terceros, interactuando con menor seguridad. También se ve afectado el control de las emociones (más nerviosismo, inestabilidad…), pueden surgir problemas para utilizar las estrategias cognitivas básicas, el CI se ve afectado, el procesamiento de la información también, puede llegar a causar problemas de agresividad, miedos y preocupación constantes, déficits en habilidades sociales, sesgos cognitivos (ej: tendencia a hacer atribuciones negativas u hostiles al comportamiento de los demás), afectación del rendimiento escolar y disminución del autoestima, entre otras repercusiones.

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