Cierto que el hombre es un ser social y en esa interacción con su contexto configura su Ser y Estar en el mundo. Pero en esencia, es un YO individual. Un Yo con una predisposición genética, que no determinación, que marcará su temperamento, a modo de tendencia reactiva, inhibida o proactiva, de su sistema nervioso.
Será en la interacción social y en los denominados procesos de Socialización y Endoculturización, respectivamente, donde fraguarán las “estructuras” básicas de su carácter (lo aprendido). Su desarrollo cognitivo, parejo con la formación definitiva de estructuras encefálicas en los primeros años de vida, irá configurando sus mapas, esquemas o guiones de vida. Tomará conciencia de su Ser individual, que interactúa con otros Yoes. Se desarrollarán los vínculos afectivos, algo que va a resultar trascendente en su posterior desarrollo emocional y social. En esa interacción aprenderá a modular sus comportamientos en pro de una adaptabilidad a su entorno.
El entorno hace de reforzador, premiando unos comportamientos y castigando otros. Pero no sólo las conductas observables sino los principios, valores y límites que impone su entorno próximo. Recordemos aquí el temperamento: es el responsable de que dos personas nacidas y educadas en el mismo entorno no arrojen comportamientos idénticos. El YO no es un objeto pasivo, sino individuo interactivo. Y sus acciones promueven reacciones.
En psicoterapia, el Yo debería ser el sujeto de análisis fundamental. Sea en su historia vital, en el modo de interactuar con su contexto y como no en sus relaciones interpersonales, encontraremos su disfuncionalidad comportamental. Si bien el análisis podamos centrarlo en conductas presentes, estas son producto de antecedentes predisponentes y factores precipitantes.
Disfuncionalidad que ha de entenderse como el resultado de un Ser atrapado en sus propios conflictos (deseo-debo), en la valoración e imagen de sí mismo (autoestima-autoconcepto), o enredado sistemáticamente en los conflictos generados en sus relaciones interpersonales e íntimas.
Los vínculos afectivos confieren: seguridad, aceptación, confianza, protección, sentido de pertenencia. De cómo estos vínculos se crean, refuerzan, se transforman y mueren, dependerá la salud del Yo cono individuo que interactúa con su entorno y con otros Yoes. Que goce de autoestima, que no se relacione desde la dependencia emocional, que acepte las rupturas y desapegos de modo civilizado, que esté comprometido o enfrentado con su entorno, que se responsabilice de su propia evolución o busque que otros le resuelvan la vida.
No hablo aquí de patologías diagnósticas. No me refiero a un Yo enfermo, sino más bien a un Yo errático, perdido, confuso, cuya disfuncionalidad ha de medirse dimensionalmente. Como un Rasgo o tendencia que dada su intensidad y frecuencia, deja de ser adaptativa para convertirse en mecha de lo que acabará siendo patológico.
Acomodativo. Este es una de las tendencias más perjudiciales para tener un Yo sano. Porque un Yo individuo, que ha prescindido de la responsabilidad para consigo mismo: formarse, cuidarse, protegerse a sí mismo, desarrollar su espíritu crítico-analítico y hace dejación de sus obligaciones propias, acabará depositando su destino vital en el Estado, en la Sociedad, en su Pareja. Será pasto de manipuladores, será “masa social” arrojada contra y para beneficio de élites dominantes. Será, un Ser Infeliz. Porque en ese pecado de abandonar su Yo, tributará con la pérdida de su identidad propia para diluirse en las masas.
Encontramos seres débiles, egoístas, desprovistos de recursos para enfrentarse a las exigencias de una vida en constante evolución y cambio. Personas que viven angustiadas, estresadas, iracundas. Clamado la llegada de líderes que los dirijan y aceptando ser manipulados. Cuando no, refugiándose en Dioses o idolatrando a iconos sociales del éxito o ansiosos de acumular “me gusta” en cuantas fotos cuelgan en redes sociales. Todo ello en la mal definida como era de la comunicación, pues posiblemente estamos cada día más solos y menos comunicados físicamente.
La felicidad es una sensación. No es objeto que se posee, que se compra, que se cuida. Esa sensación, sentirme feliz, es fluctuante y esporádica y acaso la situaríamos en la cúspide de una pirámide en cuya base situaríamos el bienestar psicológico: Hoy me siento bien conmigo, con quien soy, con lo que tengo, además de estar comprometido con mi futuro.
Alguien que abandona el cuidado de su YO psíquico, carecerá de habilidades para la reflexión, la adquisición de conocimiento, la reestructuración de sus esquemas y guiones de vida en base a sus experiencias y por tanto es candidato para fracasar consigo mismo, y en sus relaciones con el entorno y con los otros.
El tributo será su infelicidad, porque abandonarse es la antítesis de tomar conciencia de mi Ser, único e irrepetible. Claro que el Ser ha de Estar comprometido socialmente, que no subyugado ni manipulado, pero en ese compromiso ha de aportar y sumar desde su Yo, en lugar de estar clamando que otros, resuelvan en su vida.
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